martes, 18 de septiembre de 2018

Tour Mont Blanc. Vuelo en parapente. 2018-09

10 de septiembre.

Mis compañeros de viaje me habían regalado un vuelo como regalo por la preparación del Tour del Mont Blanc. Por descontado que yo no me esperaba nada. Cuando organizo los detalles de una salida, lo hago porque puedo, quiero y me gusta. No espero nada a cambio y mi satisfacción es que todo salga bien y que la gente disfrute al menos tanto como yo lo hago. Esa es mi recompensa. Pero por supuesto que agradezco el regalo y me ilusiona mucho ¿a quién no? Hablando sobre el vuelo, se animaron a hacerlo también Manolo e Isabel. Mucho mejor si se comparte la experiencia. Carmen nos acompañó para hacer fotos. Ya habíamos volado juntos en Benasque y esta vez nos vería desde abajo.

Se trata de vuelos biplaza organizados a través de una empresa de Chamonix. El despegue lo hicimos desde la ladera situada junto a la estación intermedia del teleférico de la Aiguille du Midi.

No se tiene ninguna sensación de miedo; todo da seguridad, desde los materiales a la confianza que transmiten los pilotos. Desde el momento en que no tienes contacto con los pies, notas el ascenso, aprovechando las corrientes térmicas, que nos llevan a coger altura rápidamente.

El parapente surca el aire frente a Bossons, juguetea con las agujas de Chamonix, atraviesa sobre crestas inverosímiles, flota sobre las enormes extensiones de hielo como la Mer de Glace, Talèfre, Leschaux o Tacul, se acerca a la Aiguille Verte y parece querer acometer contra los Drus para girar cerca de sus cumbres… La vista de las Grandes Jorasses, el Diente del Gigante y el propio Mont Blanc son indescriptibles.










Mi ambición por verlo todo y dejar constancia gráfica de todo me llevó a sentirme mareado. Es un error tratar de concentrarse en una pantalla digital cuando se tiene delante un universo como este. No vale la pena. Dejé de grabar y hacer fotos hasta que me recuperé y de nuevo volví a hacer fotos más tarde ¿cómo dejar escapar esas imágenes? Le pregunté al piloto si podíamos acercarnos sobre Bossons y me dijo que ya sobrepasaríamos el tiempo, así que preferí decirle que bajáramos ya. Creía que estaba mejor, pero las dos últimas curvas para maniobrar antes del aterrizaje me volvieron a dejar mareado y así estuve durante un buen rato después de aterrizar.

Conclusión: un vuelo formidable, inolvidable, pleno de sensaciones e imágenes difíciles de mejorar. El mareo final no deja de ser una anécdota ante la magnitud del espectáculo previo. Volveré a hacerlo, pero con la experiencia actual, no me concentraré ni lo más mínimo en ninguna pantalla. Merece la pena disfrutar plenamente desde el primer segundo hasta al último.

Muchas gracias a Manolo, Carmen, Carlos, Belén, Isabel, Marga, Fernando, Jose Luis, Pilar y Jose. Os aseguro que ha sido un regalo magnífico.



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