Hace algunos año hicimos el recorrido de los sedos vibolines junto al desfiladero de los Beyos. Nos pareció precioso, aéreo y sorprendente. Ahora vamos a completarlo con el paso por otro sedo "el Toyu" y la subida a Peña Salón.
Este es uno de los circuitos "obligados": un camino en el que se pasa por sendas históricas, oquedades que aprovecharon las debilidades de las paredes calizas para comunicar pueblos, pasos estrechos que se pegan a las paredes verticales, una cumbre con vistas soberbias, pueblos abandonados, joyas patrimoniales y árboles que -sin tener la declaración de singulares, ni falta que les hace- lo son.
El sendero se inicia a un kilómetro de Puente Vidosa, en el desfiladero de los Beyos, dirección hacia Sajambre y termina en el mismo desfiladero, algo más de un km más lejos. Conviene utilizar dos coches para evitar tener que caminar por el arcén de la carretera. Hay espacio para uno o dos vehículos en ambos puntos.
El sendero arranca con una fuerte subida. Estando seco no presenta ningún problema. No me atrevo a decir lo mismo si está mojado. En un punto estrecho, una cadena aumenta la seguridad.
Tras la explosiva subida llegamos a Biamón, la primera aldea semiabandonada. Sólo vemos una casa arreglada y unos cachorros de perros que parecen sorprendidos de ver subir a alguien por el camino. Las antiguas calles del pueblo están llenas de zarzas, ortigas y matorrales, las ventanas, algunas con cristales, aunque rotos, muestran que no hace tanto tiempo que allí vivía gente. Un tractor con remolque parece empezar a mimetizarse con la vegetación, abandonado, como el pueblo.
Seguimos la fuerte subida hacia el collado Nochendi, primeras vistas de los valles de Ponga.
El sendero rodea la montaña y pasa bajo un hayedo. La ubicación al norte y la humedad han creado un lugar donde los troncos están cubiertos de musgo. El contraste entre el collado soleado y el bosque es muy fuerte. Bajan bruscamente la temperatura y la luz. Los grandes troncos se extienden a ambos lados del camino creando imágenes muy hermosas.
A la salida del bosque recuperamos la temperatura y las vistas abiertas. Estamos en la Sierra del Toyu. A nuestros pies, una barrera caliza y el valle de Viegu. Detrás, centinela de Ponga y Redes, el Tiatordos. El paso no sería posible si no fuera por la oquedad que agrandaron los habitantes de los pueblos para comunicar Biamón con Ponga. Una cueva atraviesa la pared y sale a un estrecho paso, un sedo, como aquí se llaman estos caminos. Por debajo, para llegar a la ladera, han puesto cadenas para agarrarse que vienen bien.
Continuamos rodeando la muralla y llegamos a un camino tradicional que ha sido usado por caballerías y personas y que se ha mantenido muy bien en general. He visto que se llama Camín del Llaciu, aunque en el collado superior al que nos dirigmos dice que es el camino de la Boya, y la collada, el paso de la Gorgoleta.
Peña Salón queda a un tiro de piedra. Si alguien piensa que con ese nombre no puede ser una cumbre atractiva, está equivocado. La sierra se inclina por el noreste y cae en picado al lado contrario sobre Ponga. Es fácil sentirse un ave cuando se ve Viegu desde las alturas. Las cumbres de Ponga a un lado y al otro el macizo Occidental de Picos de Europa hacen que sea un pico magnífico.
La sierra está atravesada por una línea de energía de alta tensión. Aunque tiene balizas redondas para que la vean las aves, somos testigos de cómo un buitre se choca contra una de las balizas en el collado inferior. Debió de golpear con un ala al batir, porque aparentemente no se lesionó.
Tras disfrutar de la cumbre, regresamos por nuestros pasos y nos dirigimos hacia Víboli.
El siguiente punto de interés es un fantástico arco natural que aparece en el contrafuerte que cae hacia la hoz de los Andamios. Llama poderosamente la atención.
En Víboli, comemos bajo el tejo centenario, junto a los antiquísimos horreos beyuscos, que presentan similitudes con los de Sajambre o Valdeón por su tamaño y cubierta a dos aguas. Es impresionante ver cómo se adaptaron a las laderas compensando el desnivel con pegollos (columnas de apoyo) de diferentes dimensiones y factura.
En el camino de regreso nos encontraremos con la última barrera: los Vibolines. Aquí, dos tramos de camino estrechos y difíciles de imaginar si no se camina por ellos, nos permiten subir por la pared. El segundo también aprovecha una cueva intermedia.
Me pregunto cómo convencí para pasar por aquí a Carmen, hace algo más de una década, cuando no existían las cadenas que ahora dan bastante seguridad. El precipicio está junto a los pies y hay que ir con mucha precaución. Son pasos magníficos, delicados, que aumentan la adrenalina pero con un ambiente extraordinario. Lo mejor de todo es que no son caminos que se hayan creado para senderistas; son caminos tradicionales que fueron atravesados de forma cotidiana por personas que vivían en el valle. Me quito el sombrero ante quienes abrieron estos pasos.
Bajo robledal llegamos a Casielles, pueblo al que se accede por una carretera que parece un ovillo de hilo y a la aldea abandonada de Caviella, donde alguna casa aún conserva los enseres polvorientos y bajo tejados arruinados.
El camino, bien trazado y con fuerte descenso nos lleva a finalizar en el desfiladero de los Beyos.
Hacer una marcha como esta ya es por si mismo un premio, no obstante, en Cangas de Onís nos esperaba otro premio en forma de cena en una magnífica sidrería.
En este enlace puedes acceder a una colección de fotos más completa.
Y en este enlace puedes acceder al track del recorrido.
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