La capital de la joven República checa es una de las más hermosas ciudades europeas. Es un placer caminar por sus calles, llenas de monumentos y edificios con variados estilos arquitectónicos. Los barrios de Malá Strana y la ciudad vieja invitan a perderse; cada calle, cada rincón e incluso cada fachada tienen detalles para disfrutar sin prisas.
En esta ocasión viajábamos un grupo de seis amigos y decidimos hacer un par de visitas guiadas en castellano, una de ellas al Castillo y al barrio de Malá Strana y otra a la Ciudad Vieja. Las hicimos con "Free Tour" y guiados por el salmantino-sevillano Pablo. Quedamos muy satisfechos con ambas visitas. Es una forma fácil de ir directamente a los lugares de mayor interés, comprender su significado, evolución histórica, datos y curiosidades de una forma amena.
El castillo es la ineludible primera cita. Más que un castillo es un recinto de palacios, fortificaciones, iglesias y otros edificios que desde hace siglos ha sido ocupado por los dirigentes políticos. Su tamaño es inmenso, tanto como que es el mayor existente en el mundo. En su interior, se alza la catedral gótica, a la que sólo se puede acceder durante los horarios de apertura de la gran ciudadela.
Malá Strana y la Ciudad Vieja están separados por el río Moldava y comunicados por varios puentes; el más importante, el de Carlos IV, construido en el s. XIV. El núcleo histórico es fácil de recorrer caminando. Las torres, con sus característicos tejados inclinados, dotados de pináculos y esferas doradas, se suceden. Por todas partes se ven palacios, casas señoriales, iglesias decoradas con un barroco abrumador, plazas, teatros y edificios de interés. El famoso reloj astronómico estaba siendo reparado, por lo que desafortunadamente no pudimos verlo en funcionamiento. Mientras acaban el mantenimiento, han instalado en la torre del ayuntamiento una pantalla que lo reproduce.
Mención aparte merece el antiguo barrio judío, con sus seis sinagogas históricas y el imponente cementerio. En una de las sinagogas las paredes interiores tienen escritos los nombres de los cerca de 80.000 judíos checos asesinados durante la ocupación nazi.
El modernismo también ha dejado su marca de identidad en numerosos edificios, que se pueden encontrar tanto en la ciudad vieja como en la nueva.
Una visita a Praga es una buena oportunidad para asistir a alguno de los muchos conciertos que se organizan cada día en decenas de lugares históricos. También se pueden visitar varios edificios históricos como el Clementinum, donde se efectuaron observaciones astronómicas históricas y desde cuya torre hay unas vistas fantásticas de la ciudad.
Otro asunto es el gastronómico. Hemos disfrutado de buena comida por precios muy razonables. Todo está rico: el pato asado, el codillo asado, las klobási (salchichas a la parrilla), los dumplings (rodajas de una masa hecha con trigo o patata, hervida en agua), el goulash en hogaza de pan (es un plato húngaro importado a Chequia que se sirve en el interior de un pan al que se ha retirado la miga) o la carne de cerdo asada con col agridulce.
Tema aparte es la cerveza, una auténtica bebida nacional, famosa y por muchos motivos. En cada pub es de una forma, más o menos turbia, con matices de espuma, olor o sabor y siempre bien tirada. En muchos lugares tienen los tanques a la vista. El precio anima a probarla.
Pincha aquí si quieres ver una colección de fotos del viaje.
En esta ocasión viajábamos un grupo de seis amigos y decidimos hacer un par de visitas guiadas en castellano, una de ellas al Castillo y al barrio de Malá Strana y otra a la Ciudad Vieja. Las hicimos con "Free Tour" y guiados por el salmantino-sevillano Pablo. Quedamos muy satisfechos con ambas visitas. Es una forma fácil de ir directamente a los lugares de mayor interés, comprender su significado, evolución histórica, datos y curiosidades de una forma amena.
El castillo es la ineludible primera cita. Más que un castillo es un recinto de palacios, fortificaciones, iglesias y otros edificios que desde hace siglos ha sido ocupado por los dirigentes políticos. Su tamaño es inmenso, tanto como que es el mayor existente en el mundo. En su interior, se alza la catedral gótica, a la que sólo se puede acceder durante los horarios de apertura de la gran ciudadela.
Malá Strana y la Ciudad Vieja están separados por el río Moldava y comunicados por varios puentes; el más importante, el de Carlos IV, construido en el s. XIV. El núcleo histórico es fácil de recorrer caminando. Las torres, con sus característicos tejados inclinados, dotados de pináculos y esferas doradas, se suceden. Por todas partes se ven palacios, casas señoriales, iglesias decoradas con un barroco abrumador, plazas, teatros y edificios de interés. El famoso reloj astronómico estaba siendo reparado, por lo que desafortunadamente no pudimos verlo en funcionamiento. Mientras acaban el mantenimiento, han instalado en la torre del ayuntamiento una pantalla que lo reproduce.
Mención aparte merece el antiguo barrio judío, con sus seis sinagogas históricas y el imponente cementerio. En una de las sinagogas las paredes interiores tienen escritos los nombres de los cerca de 80.000 judíos checos asesinados durante la ocupación nazi.
El modernismo también ha dejado su marca de identidad en numerosos edificios, que se pueden encontrar tanto en la ciudad vieja como en la nueva.
Otro asunto es el gastronómico. Hemos disfrutado de buena comida por precios muy razonables. Todo está rico: el pato asado, el codillo asado, las klobási (salchichas a la parrilla), los dumplings (rodajas de una masa hecha con trigo o patata, hervida en agua), el goulash en hogaza de pan (es un plato húngaro importado a Chequia que se sirve en el interior de un pan al que se ha retirado la miga) o la carne de cerdo asada con col agridulce.
Tema aparte es la cerveza, una auténtica bebida nacional, famosa y por muchos motivos. En cada pub es de una forma, más o menos turbia, con matices de espuma, olor o sabor y siempre bien tirada. En muchos lugares tienen los tanques a la vista. El precio anima a probarla.
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