El Ancares se precipita desde sus fuentes bajo el pico Cuiña, en el cordal de la sierra de Ancares, en León. En su corto recorrido se une a otros cauces antes de rendir sus aguas en el Cúa, tributario del Sil.
Al menos en la parte que conozco, este curso de montaña es la imagen de la pureza. Las aguas transparentes, la vegetación de ribera y la exuberante floración forman un conjunto de extraordinaria belleza; hacen sentir armonía y tranquilidad.
El resto del recorrido que describo es radicalmente distinto. Por una parte está el vergel del Ancares y por otra, los tramos con vegetación mediterránea, las secas laderas panorámicas donde el morado de los brezos domina el paisaje, las omnipresentes plantaciones de pinares de las zonas altas y los valores patrimoniales de un castro cántabro y unas importantes pinturas rupestres. Cuesta trabajo asimilar un cambio tan radical.
Comenzamos el recorrido en Villar de Otero, desde la misma puerta del alojamiento. Su soto de enormes castaños centenarios es la primera imagen sorprendente. Estos gigantes, presentes en casi todos los pueblos, llevan años afectados por un un hongo que les pudre el interior. Se ven gruesas ramas tronchadas y huecas. A los hongos se ha unido otra plaga "la avispilla". Frente a la segunda se está actuando mediante la suelta de un insecto que la combate; ante el hongo, no tenemos noticias de que se esté tratando, aunque sabemos que en Galicia sí están haciendo campañas de vacunación con otro hongo antagonista. Según lo que he leído al respecto, estas plagas podrían acabar con un cuarenta por ciento de los castaños de Ancares. Es una tragedia, pues estos ejemplares, aparte de su belleza y antigüedad, que atrae visitantes, producen castañas. Esta fuente de ingresos ayuda a fijar población en pueblos pequeños que están perdiendo toda actividad económica.
Tras el castañar, una pista cruza el cerro y nos conduce al sendero circular "Senda del río Ancares", perfectamente señalizado y mantenido. El descenso hacia el río nos recuerda algunos lugares de las Batuecas. La vegetación es mediterránea, con encinas, alcornoques, madroños o jaras. Tras la fuente de las Calangras, los robles van tomando el relevo hasta llegar al río.
Cruzamos el Ancares por el "puente del Amor", arreglado con madera hace poco tiempo. Ha cambiado la temperatura, fresca y suave, y la vegetación, que ahora muestra abedules, arces, fresnos o acebos. La transparencia del agua es máxima. El sendero es una auténtica delicia; acompaña al río que baja impetuoso, pletórico por el aporte del deshielo. Las praderas están llenas de flores y son especialmente llamativas las prímulas, narcisos y anémonas.
Tras seguir el río y sorprendernos con un afloramiento de dendritas en unas rocas (presentación de mineral que aparece en forma arborescente y recuerda a un fósil), ganamos altura por pistas. A pesar del panorama sobre los valles resulta aburrido en comparación con el tramo anterior.
En lo alto del cerro llegamos al castro de Peña Piñera, de gran extensión, con varios recintos amurallados y buena posición defensiva. Al parecer fue un lugar de concentración de los cántabros ante el avance romano. Les sirvió de poco la fortificación ante ante el despliegue militar que se les vino encima.
Seguimos al farallón rocoso donde a finales del siglo XX se descubrieron varios conjuntos de pinturas rupestres de entre el quinto y el primer milenio aC. Se aprecian formas humanas, geométricas y animales, así como el estúpido vandalismo de algún descerebrado que ha rayado encima de alguna de ellas. Las pinturas están explicadas en paneles bien documentados y claros. Hay un pasillo de madera con barandilla para facilitar el acceso. En vista de lo anterior surge una pregunta ¿sería mejor que hubieran seguido ocultos y conservados?¿Habría que encerrar las pinturas para impedir el acceso?¿Habría que implantar algún sistema de vigilancia y endurecer los castigos a los que arrasan el patrimonio?
Desde allí, pasamos por un corral de lobos, que en este caso es un recinto circular con vallado de piedra y regresamos a Villar de Otero, con la luz ya inclinada y preciosas vistas de los valles.
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