jueves, 18 de febrero de 2021

Villarino, cachón del Desgalgadero. 2021-02

El Teso de San Cristóbal, en Villarino de los Aires, es uno de los cerros estratégicos que tuvieron ocupación en la prehistoria y que con el paso de los siglos mantuvieron un carácter sacro. Desde allí destaca hacia el Sudeste una sucesión espectacular de caídas de agua. La impresión que provoca es de sorpresa o incredulidad ¿cómo es posible que no nos hubiéramos fijado antes? En este momento del año se muestra enorme, tanto en longitud total como en caudal. 

El acceso que buscamos por una calleja nos dirige hacia lugares cuajados de chozos. Es admirable como sus constructores conseguían cerrar la bóveda mediante la aproximación de hiladas de roca. El musgo crece en sus partes umbrosas. La construcción está mimetizada con el terreno junto a restos de majadas, paredes, bancales y calles.

La singularidad de los chozos, su abundancia, variedad en tamaños y formas, nos hace pensar en su pasada importancia económica, su valor etnográfico, su necesidad de protección y la justificación de que los conocimientos y técnicas del arte de construir muros en piedra seca se inscribiera por la UNESCO en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad.  Para mí, estas construcciones deberían ser el emblema de las Arribes.

La luz se conjuga para que un rama tronchada de alcornoque y unos filamentos de musgo parezcan un curioso animal prehistórico que contempla los primeros narcisos.

Tras cruzar un arroyo, con ciertos malabarismos, dado el volumen de agua que lleva, nos topamos con el Cachón del Desgalgadero. Algunos canchales son más redondeados y otros más verticales. En su conjunto, la pendiente es inferior a la que aparenta vista desde frente, pero en cualquier caso, el espectáculo es magnífico. 


Recorremos el trazado de las cascadas, unas veces siguiendo sendas de ganado y otras trepando para asomarnos a los saltos más espectaculares. Hay que ir con precaución pues el agua está por todas partes y hay zonas resbaladizas.

El arroyo de la Ribera de Villarino tiene un recorrido corto, por lo que esta cascada es muy sensible a los aportes estacionales de agua; merece ser visitada tras lluvias fuertes, como hicimos nosotros.

En este enlace puedes acceder al track del recorrido. Por falta de previsión (dejamos las mochilas en el coche y no tenía baterías de repuesto) tuve que unir dos tracks, uno de ida con el GPS y otro de regreso con el teléfono. El segundo, desconozco el motivo, no grabó los desniveles, que son inferiores al camino de ida.

Ya con la tarde caída, nos acercamos a ver la cascada de frente, bajo las enormes torres de las incontables lineas de energía que surcan el territorio junto a los almendros que ya muestran sus flores.




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