Cada vez que paso por Fuente Dé, evoco la batallita de la primera vez que vine. Jose y yo habíamos llegado de noche tras un largo viaje desde Ávila. No recuerdo cómo subimos, pero creo que llegamos desde Potes haciendo dedo. Estábamos muy cansados, hacía un tiempo de perros, anochecía y no se veía nada. Lo único que podíamos hacer era buscar dónde dormir: con nuestros menos de veinte años éramos expertos en encontrar "refugio", ya fuera el pórtico de una iglesia, una obra o un prado si el tiempo estaba bueno. En esta ocasión, nos quedamos en un balcón bien protegido del aguanieve y la ventisca.
Teníamos intención de madrugar, pero la tempestad había estado azotando toda la noche. De madrugada, para terminar de arreglarlo, empezamos a oír truenos, ¿truenos? era raro; no nos parecía que hubiera habido tormenta por la noche. El caso es que nos quedamos un poco más al calorcito de los sacos.
Cuando la luz parecía llegar con más intensidad Jose se incorporó y me sorprendió con una exclamación. Salí del saco con curiosidad y me encontré con un espectáculo de los que dejan sin palabras. Sólo podía decir interjecciones, con un estado de ánimo entre confuso y exultante. Frente a nosotros veíamos las enormes paredes, blancas de nieve. El telón de nubes iba abriendo huecos cada vez mayores dejando al descubierto aquí y allá la verticalidad de la montaña caliza, tan cercana y aparentemente inaccesible.
Pronto descubrimos el origen de lo que creíamos que eran truenos: ¡avalanchas! Había caído una gran nevada, pero la temperatura no era tan baja como para permitir que se consolidara. La combinación de mucha nieve y poco sitio donde sujetarse provocaba que cayera la nieve acumulada con un estruendo tanto mayor cuanto más alto se producía el desprendimiento.
¿Cómo no rememorar esta "primera vez"? A nuestro entusiasmo por estar en Picos, se unía la excitación ante algo nunca visto por nosotros.
Cuarenta años después de esta aventura, nos encontramos una vez más en Picos. Ahora vamos siete amigos: Carmen, Isabel, Pilar, Javier, Marga, Manolo y yo, con la intención de rodear el pico Urriellu o Naranjo de Bulnes.
Aunque nos damos el madrugón (salimos a las cinco de Salamanca) llegamos cuando ya hay una buena cola en el teleférico. Esperamos; merece la pena ahorrar los 750 m que salva si queremos llegar descansados al refugio.
Pasado el desvío hacia Cabaña Verónica, subimos a la Torre de Horcados Rojos, precioso mirador. El descenso hacia el Jou de los Boches requiere atención. No es que sea difícil, pero hay piedras sueltas y el cable de ayuda está desenganchado y roto en algunos tramos.
Disfrutamos del escenario cambiante, con el Picu mostrando sus enormes paredes surcadas por varias cordadas de escaladores.
El domingo subimos por la canal de la Celada, rodeando el gran monolito, impresionante se mire desde donde se mire. La subida a la collada Bonita también debe hacerse con precaución, disfrutando de la vista de la cara sur, que Jose y yo escalamos en otra excursión y que también tiene su historia, que contaré en otra ocasión.
El recorrido hasta el collado de la Canalona es sencillo, entretenido y lleno de sorpresas. Allí hacemos la ascensión de un clásico: Peña Vieja, con sus increíbles vistas sobre los macizos de Picos de Europa.
Regresamos nuevamente al camino de la Vueltona para coger el teleférico de bajada y regresar a Salamanca.
En este enlace puedes acceder a una colección con algunas fotos de la excursión.
Fantástico recorrido muy recomendable para hacer cuando haya buenas previsiones meteorológicas. Como siempre, Picos no defrauda.
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