La visión del Cervunal me recuerda que hace años mis amigos Carlos y “Escubi” contrataron un burro para que les subiera las tablas de esquí desde Navalperal hasta los praos del Novillero. Allí durmieron para el día siguiente subir con las pieles de foca hasta Cabeza Nevada y bajar esquiando.
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Pichi, Isidrías y yo (Brechas) tratábamos de tapar como podíamos los agujeros del antiguo chozo, situado al otro lado de la garganta y hoy desaparecido. Las vibraciones de los rayos, los destellos cegadores casi continuos, el ruido atronador amplificado en las paredes del entorno nos hacían temblar – y no sólo de frío- ante la que nos estaba cayendo. Imposible olvidar semejante noche en la Barranca.
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Pasamos junto a la laguna de Majalaescoba, bajo los riscos de las Hoces y del Fraile. Aurelio Delgado lo acababa de describir, junto con las Lagunillas. Estábamos empeñados en recorrerlo todo, explorar lo desconocido y documentarlo en la revista del Grupo Almanzor, así que nos empeñamos en hacer “primeras ascensiones” como si fuera un ocho mil. Dibujar los gráficos de las vías en los clichés pringosos de la multicopista era casi más difícil que escalar los riscos.
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Llegamos a la Hoya de las Berzas, con el Picurucho destacando sobre ella. Un verano estuvimos vivaqueando aquí dos noches en una especie de atracón montañero. Me vienen a la cabeza Luis, Carlos “Morezón”, “Forges”, Pepe “Carpi” y por supuesto, “Truji”, mi compañero de cordada.
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Llegamos a la Hoya de las Berzas, con el Picurucho destacando sobre ella. Un verano estuvimos vivaqueando aquí dos noches en una especie de atracón montañero. Me vienen a la cabeza Luis, Carlos “Morezón”, “Forges”, Pepe “Carpi” y por supuesto, “Truji”, mi compañero de cordada.
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Cinco Lagunas ya era –lo sigue siendo- un objetivo a alcanzar por sí mismo. Un entorno de gran belleza, sin la presión de gente que tiene el Circo de la Laguna Grande. Veníamos desde Ávila; el coche de línea nos dejaba en Navalperal. Allí había que bajar hasta el río, coger la garganta y elegir chozo para pasar la noche. Al día siguiente hacíamos nuestra actividad montañera y regresábamos al pueblo para volver haciendo dedo a Ávila. El truco era llegar a Hoyos. Allí siempre encontrábamos gente conocida que nos llevaba sin problemas. Me agota sólo pensarlo.
Subimos la empinada pendiente de la canal hacia el Picurucho. La Galana se asoma a nuestro paso. Ya en la cumbre del Risco no termino de asombrarme viendo el espolón Norte del Gutre Bajero. Me parece alucinante que escaláramos esa pared. Sólo llegar hasta su base con el pesado material que porteábamos era una tarea titánica. Por aquel entonces mi hermano Jose Ramón estaba en plena forma y lo hizo de primero. Uzábal y yo le acompañábamos. ¡Qué sensación! Recuerdo estar en la vertical y ver entre mis piernas la laguna Cimera. No era para menos nuestra euforia cuando llegamos a la cumbre.
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Aquí, otro recuerdo afectuoso para Ángel Gil, montañero ya retirado de estos berenjenales.
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Aquí, otro recuerdo afectuoso para Ángel Gil, montañero ya retirado de estos berenjenales.
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El Belesar nos ofrece una cornisa muy vistosa. La primera vez que llegué allí habíamos subido por la Cuerda de los Copetes, desde Navamediana. Preguntamos a un pastor y nos dijo que el mejor sitio para subir era por la tapia de los “escopetes”. Creíamos que nos tomaba el pelo, pero en efecto, la pared de piedra es ancha y estable (al menos entonces) y nos permitió evitar los piornos y la nieve. Fue todo un descubrimiento. Terminamos en el chozo del Barquillo Cimero y el día siguiente subimos hasta el Meapoco. Un magnífico balcón sobre Cinco Lagunas con vistas hacia la Galana y el Almanzor entre otros muchos picos. Un lugar absolutamente recomendable.
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El Callejón de los Lobos nos deja en la Hoya de las Berzas para regresar de nuevo a Navalperal. La garganta aparenta ser mucho más larga que por la mañana ¡y eso que es de bajada!
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