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sábado, 2 de mayo de 2020

Atenas y Delfos. 2020.


El viaje a Atenas por fuerza tenía que tener un fuerte contenido cultural. Así lo habíamos imaginado, aunque merece la pena por otros muchos aspectos. Sin planificarlo en modo alguno, pues todo estaba listo ya a finales del año anterior, tuvimos la suerte de hacer un recorrido memorable en casi las últimas fechas posibles, antes de la irrupción del covid 19.

Atenas cuenta con algunos de los museos arqueológicos más importantes del mundo, especialmente el Museo Arqueológico Nacional de Atenas y el nuevo de la Acrópolis, inaugurado en 2009. El primero conserva obras de arte de las culturas griegas, algunas de una antigüedad difícil de asimilar. El edificio clásico que lo alberga tiene multitud de salas, pero muchas de ellas están cerradas, al parecer por falta de personal. Me impresiona la calidad de todo lo expuesto, pero más aún que algunas obras de arte no estén pensadas para glorificar deidades, sino como diversión o por motivos estéticos, como las máscaras o la que representa a un jinete ganador en una competición.




El museo de la Acrópolis, es un edificio contemporáneo edificado sobre pilares, de forma que permite contemplar los restos de las diferentes construcciones que ocuparon el solar durante siglos. El acceso desde los hallazgos más arcaicos hasta la planta primera se hace a través de una rampa que recuerda la subida a la colina sagrada. Por el camino vamos descubriendo la categoría artística de piezas antiquísimas.

La primera planta alberga joyas arqueológicas procedentes de los templos. Las famosas Cariátides se exponen dejando un hueco libre, esperando a la que falta por venir, todavía secuestrada en Londres.


Sorprenden por su fuerza las esculturas de templos muy anteriores al Partenón. Afortunadamente, sus restos destruidos por guerras se dejaron como escombros en lugar de aprovecharse. Los gustos iban cambiando y lo anticuado se ocultaba. Esto ha permitido su recuperación parcial. Los combates de animales y las deidades que representan leyendas épicas se muestran tal y como aparecían en los frontones de los templos.

La riqueza encontrada en un espacio tan reducido es gigantesca, difícil de entender por su complejidad y su extensión en el tiempo. Es fácil sentirse abrumado entre tantos restos, a cuál de mayor finura y belleza.


La planta superior está completamente dedicada al Partenón; reproduce su forma en tamaño original e incluso está girada para coincidir con la orientación del templo. La luz natural entra por sus paredes acristaladas desde donde podemos ver el edificio original dominando la colina de la Acrópolis.

De sobra es conocido el histórico expolio de los mármoles que en su mayoría se exponen en el Museo Británico. Allí nos emocionamos contemplando la fuerza de los relieves originales, pero ahora además vemos las esculturas en un lugar similar a aquel para el que fueron creadas en el siglo V a.C. La exposición reproduce frontones, frisos y metopas. Menos de la mitad son originales. Algunas han sido devueltas desde diferentes museos de Europa. Las que no han sido devueltas por el Reino Unido se reproducen en escayola …esperando a los originales.

Pensando en el Partenón, a pesar de lo mucho que he disfrutado en el museo, me viene a la cabeza una reflexión: nada podría superar la emoción de ver las obras de arte en el lugar para el que fueron concebidas. Ya sé que es imposible, que es difícilmente compatible con la conservación y que incluso allí la magia de la comprensión de las obras sería más difícil y se vería diluida por la masa de turistas haciéndose selfies… simplemente me lo imagino.


Obviamente lo anterior no se aplica para edificios anteriores, que ocuparon el mismo lugar, como los restos del Hecatompedon o las maravillosas esculturas del Museo Arqueológico Nacional de Atenas, bronces y mármoles con una calidad difícil de asimilar teniendo en cuenta que muchos fueron elaborados hace más de veinticinco siglos. Otras piezas de tiempos anteriores nos llenan de emoción y alguna nos sorprende por su aparente modernidad, como los bustos cicládicos, procedentes de una cultura que se desarrolló entre el 3200 y el 2000 a.C.


La ciudad es agradable en general y fácil de caminar en su parte antigua. Hay multitud de restaurantes con ofertas sanas y de calidad, calles abarrotadas, plazas llenas de vida y restos arqueológicos por todas partes. Desde las colinas se tienen vistas formidables sobre la ciudad y el puerto del Pireo.


Ampliamos las visitas desde Atenas a varios lugares Patrimonio de la Humanidad de la Unesco: el monasterio bizantino de Osios Loukás, la antigua ciudad de  Delfos y Meteora.

Osios Loukás es conocido por su arquitectura, pintura y sobre todo sus mosaicos del siglo XI.


Delfos tiene algo especial. Su emplazamiento en una ladera del monte Parnaso parece transmitir la idea de poder. Está situada en una meseta inclinada junto a desafiantes riscos rojizos y dominando un valle que se extiende semicircular a sus pies. No es de extrañar que, de acuerdo con los mitos, Zeus la eligiera como centro del universo y así fuera considerada durante siglos. Ejerció como imán místico al menos desde el 800 a.C. (aunque hay evidencias de su ocupación ya en el 1400 a.C.) Sus riquezas obtenidas como donaciones llegaron a alcanzar tal nivel, que a pesar de los múltiples saqueos aún se encontraron obras de arte de un valor inmenso. Emociona caminar por la vía sacra, entre los restos de los templos y ver las paredes de algunos edificios llenas de escritos en antigua lengua griega. El pequeño museo también es impresionante y delicioso.



Sobre la visita a Meteora, puedes acceder a la entrada que ya publiqué en este blog.


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