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domingo, 27 de octubre de 2019

Aravalle. 2019-10

El otoño en la sierra de Barco para mí es un clásico. Desde hace muchos años me gusta ver como van apareciendo los dorados, amarillos y ocres en los árboles del valle. Además, la disculpa perfecta para no faltar es comprar las exquisitas manzanas de la Nava, ahora en plena temporada. Es una delicia que no puede dejarse pasar.

Una breve parada en Barco me da la oportunidad de ver una garza real (la podéis encontrar junto al agua en la foto que va debajo)



Los reflejos en el Tormes a primera hora de la mañana, junto al puente románico, ofrecen una visión de pintura impresionista.


Remonto el curso del Aravalle justo desde su desembocadura en el Tormes, junto al precioso puente medieval de las Aceñas. Camino bajo una cúpula otoñal de alisos, fresnos y chopos. El río baja con bastante agua, consecuencia de las lluvias recientes (la nieve aún permanece en las cumbres de las montañas circundantes) y la subida de temperatura del fin de semana.

Este tramo del Aravalle tiene superficies de inundación: los prados y choperas absorberán el agua cuando de verdad suba el nivel, limitando los efectos destructores de las avenidas. Así deberían ser los cauces, con vegetación de ribera y espacios amplios sin urbanizar en sus cercanías. La voracidad constructora, o directamente la ignorancia de algunos gestores, pretende llevar la contraria a la naturaleza y convertirlos en meras tuberías.

Ya son muchas las veces que hemos comprobado cómo la fuerza del agua salta y rompe las barreras artificiales que se construyen (por muy altas que éstas sean). Tratando de aprovechar terrenos que pertenecen al propio río, se llenan de hormigón sus márgenes impidiendo que el agua empape la tierra. Debemos entender que no hay ríos pequeños; todos pueden en un momento u otro canalizar grandes tormentas, lluvias o deshielos.

Por otra parte, se asfaltan todas las superficies en los núcleos de población y sus alrededores. Incluso los parques se diseñan con más cemento y menos zonas verdes. Seguramente como consecuencia del cambio climático las lluvias son cada vez más irregulares pero también más intensas. El agua que cae no encuentra tierra que empapar; sólo sumideros que la conducen a los ríos, cuya capacidad tiene un límite. A nadie se le ocurriría llevar todos los canalones de una casa a un lavabo: inevitablemente se desbordaría.



Tras otro paseo junto al Tormes, cambio el registro y asciendo entre robledales desde Navatejares, por el camino del norte, al cerro de Mesada, en Cabezas Altas. Las vistas sobre el Valle, al que el río Aravalle presta su nombre, son magníficas. El descenso lo hago por el trazado de la antigua calle que comunica con Cabezas Bajas.

La calle ha sido desbrozada de una forma excesiva; parece que lo han hecho con una excavadora y en algunas partes aparece descarnada, más como un cortafuegos que como un camino tradicional. La última vez que pasé por aquí fue cuando preparé la salida con la Facendera que terminamos en Navalguijo tras pasar por la Nava de Barco y subir al Cebollar. El camino entonces estaba lleno de zarzas y había que buscar el paso por los lados. Para hacerle transitable sin que perdiera encanto creo que hubiera valido con cortar zarzas y escobas, sin pretender hacer una pista donde no debe haberla. Espero que en unos meses la naturaleza recupere terreno y su aspecto mejore, aunque las piedras removidas van a seguir ahí, haciendo el paso más incómodo.

El colofón del día, es la compra de manzanas. Este año las golden están impresionantes, con un acidillo que recuerda en parte a las reinetas (las reinetas, en su línea, deliciosas).  Este año además me ofrecen unas pocas judías. Estoy deseando que se sequen para meterlas en la cazuela.



Pincha aquí si quieres ver una colección de fotos de la jornada. 

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