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jueves, 19 de noviembre de 2020

Pico Gallo. Cármenes, León. 2020-11.

El pico Gallo se sitúa al sur de Cármenes, dentro de la reserva de la biosfera de los Argüellos, en León.

El recorrido que lo rodea es uno de los clásicos de la zona. Nosotros lo comenzamos desde las afueras del pueblo. Ganamos altura despacio por el camino que sube entre prados y llegamos al primer mirador sobre la sierra del Mediodía. Aunque el tiempo está inestable, las vistas son fantásticas.

Seguimos hasta un pinar de repoblación cuajado de abedules. En algunas partes el amarillo otoñal de las hojas de los abedules llena el suelo. Sorprende la multitud y variedad de setas que crecen en el pinar. 

Llegamos a la cuerda que da vistas al valle de Gete. Enfrente de nosotros la sierra de Arena muestra sus laderas norte llenas de hayedos y robledales. A la derecha, las elevaciones del Machamedio y el Fontún. A la izquierda, el río Torío que se precipita hacia las hoces de Vegacervera. 


Nos apartamos un poco del sendero y cresteamos hasta la Peña Grande. Un bosquete de gruesas hayas, precioso por su tamaño y el color de sus hojas, llega casi hasta su cumbre: Bajo las rocas cimeras vemos la entrada de una sima señalizada. 



El descenso desde allí es una gozada. El sol aparece, desaparece y refuerza las imágenes del magnífico bosque de Fanegas y Monte Brición.




Es un recorrido sencillo, variado y muy recomendable.

Abedules, cerezos silvestres y servales de cazadores repletos de frutos añaden otros colores al espectáculo del descenso.

En este enlace puedes acceder a una colección de fotos del recorrido.

En este otro enlace, puedes acceder al track en Wikiloc.


domingo, 15 de noviembre de 2020

Mogarraz-Cepeda-Miranda-Monforte-Mogarraz.

La sierra de Francia en otoño es una visita obligada. En esta ocasión comenzamos en Mogarraz por la ruta del Agua, que seguimos en sentido horario. Tras el puente de los Tres Ojos una breve subida nos deja en el camino hacia Cepeda y Miranda del Castañar. El regreso lo hacemos por Monforte y la segunda parte de la ruta del Agua.

Mogarraz está más bonito que nunca. Es una delicia pasear por sus calles sin tener coches por todas partes. 

Las laderas de los montes están doradas por las hojas de robles, castaños y cerezos. Las callejas parecen sacadas de un cuadro, con paredes llenas de musgo y una alfombra de hojas renovada. Cada rincón muestra una imagen hermosa. Los madroños están pletóricos, con racimos de pequeñas flores que aún se mantienen junto a los frutos maduros, rojos, brillantes y sabrosos.


No es de extrañar que la ruta del Agua sea un recorrido tan transitado. Su variedad y belleza lo justifica. 

El camino hasta Cepeda es más abierto, con vistas sobre los montes circundantes. Lo mejor es la visión del pueblo y su entorno desde el mirador de las eras y éstas, recuperadas y bien conservadas como el elemento patrimonial que son.

El paso por un robledal maduro nos deja bajo Miranda del Castañar. Su emplazamiento nos muestra el origen de defensa y control del territorio que tuvo.

Seguimos junto a la carretera hasta tomar una pista rodeada por colores otoñales. Alcanzamos Monforte, nuevamente por caminos de cuento y tras contemplar los restos de un molino. Un tramo por carretera, esta vez sin más opción que el asfalto, nos deja en el tramo final hasta Mogarraz, por un sendero estrecho, junto a los bancales y con vistas magníficas sobre el monte.





El único "pero" de la ruta es el lugar donde concluimos: la carretera, a un km del lugar de comienzo. Lo idel sería que el sendero se conectara con el final del pueblo por este lado, para evitar el riesgo que supone tener que caminar por una carretera estrecha y sin arcenes o aceras y poder disfrutar de la belleza de Mogarraz. La mayoría de la gente hace la ruta en sentido antihorario, comenzando por la carretera, pero el inconveniente -y el riesgo- siguen siendo similares. Si se acondicionara un tramo con acera hasta la Calle Nueva y se señalizara el camino por aquí, el problema se solventaría.

El recorrido, con la visita al mirador y eras de Cepeda, tiene unos 18 km y 550 m de desnivel.

En este enlace puedes acceder a una colección de fotos más completa

Esta es una ruta muy conocida y hay multitud de tracks, no obstante, sólo por facilidad de uso, incluyo un enlace al que hicimos nosotros.



miércoles, 11 de noviembre de 2020

La Calle de la muerte y la vida. Ávila.

La calle de la Muerte y la Vida

Cualquier parecido con la realidad... no es pura coincidencia.

Esta historia ocurre en Ávila en los años 60. No recuerdo exactamente cuántos años tenía cuando sucedió; en cualquier caso, menos de ocho. 

Mis padres tenían una pequeña tienda en la calle Cuartel de la Montaña (“Ultramarinos San Sebastián”) donde ambos trabajaban; en consecuencia, mi hermano Jose Ramón y yo íbamos solos donde era necesario desde bien pequeños. No había ningún problema; era lo natural entonces.

Vivíamos en la plazuela de Ajates, cerca del convento de la Encarnación, al norte de la ciudad. Como ejemplo, para ir al colegio de primeras letras de Doña Vicenta Manzanedo, situado en la calle Bracamonte, teníamos que acometer hazañas tan impensables a día de hoy como cruzar la carretera general o subir por las empinadas escaleras de piedra hasta el arco de la muralla, aunque hubiera nieve o hielo (y a la vuelta bajar resbalándonos por la barandilla).

Una de las costumbres familiares era visitar a nuestra abuela los fines de semana. Casi siempre la veíamos en la cocina de la taberna de mis tíos. El “bar del tío” estaba junto al arco del Alcázar de la muralla. Tenía su entrada por la calle Don Gerónimo, tras pasar el arco del Alcázar desde El Grande. La cocina tenía una puerta que daba al final de la calle de la Cruz Vieja.

Entre nuestra casa y el bar teníamos que caminar por pasajes con nombres evocadores como La Ronda, el Arco Mariscal o el callejón de la Cruz Vieja, al que en Ávila todos llamábamos el “de la Muerte y la Vida”. Es un paso estrecho y retorcido, pues se ajusta a la forma de la catedral, a la que rodea en parte.

La calle recibe su nombre oficial de una vieja cruz de madera situada en la pared exterior de la capilla de la Piedad, perpendicular a los altos contrafuertes de la catedral. Sobre ella hay un tejadillo, también de madera. Entonces había también un farolillo con una luz mortecina que apenas iluminaba la cruz.

Tras el tejado de la capilla, coronando la pared posterior, se alza una crestería de granito con dos cabezas talladas en sendos medallones superpuestos; una de ellas muestra a una mujer joven y la otra una calavera. Supuestamente representan la vida y la muerte. El nombre popular del callejón viene de estas figuras y las leyendas que sobre ellas se han narrado.

Cuando llegábamos en familia, tras saludar a la abuela y las tías y coger una propinilla, salíamos a jugar en los jardines situados entre la muralla y el banco de España (el antiguo alcázar). Algunas aventuras de aquellos tiempos, como nuestras trepadas a la muralla, sobre la escultura prehistórica del verraco vetón o la caída en la fuente, merecen ser contarlas en otra ocasión. Al cabo de una hora, más o menos, regresábamos a casa.

Recuerdo vívidamente uno de esos días. Volvíamos por la calle de la Muerte y la Vida. Nuestra madre nos contaba una historia de terror que supuestamente sucedió allí, con duelos, demonios y ángeles luchando por el alma de un caballero. Estaba acostumbrado a las historias de santos, incluidas las torturas de mártires, que el sacerdote nos contaba los domingos, así que tampoco era algo extraño para mí.

El sábado siguiente, por azar o por necesidad íbamos solos mi hermano y yo. Era una oscura noche de invierno. Como era habitual, la mayoría de las luces de los faroles alrededor de la catedral no funcionaban. Las nubes tapaban la luna y sólo dejaban pasar algunos rayos ocasionalmente.

Llegamos al callejón como de costumbre. Lo que no era habitual… es que fuéramos cogidos de la mano. El ulular del viento colándose por el callejón, parecía recordar los lamentos de ánimas errantes. 

Echamos un vistazo desde la esquina. Sólo funcionaba la luz del farol sobre la cruz. El viento lo agitaba y la tenue luz esparcía misteriosas sombras que se movían por la calle empedrada y los muros desgastados. Nunca hasta ese día había imaginado la presencia de extrañas criaturas escondidas en los tejados, tras los contrafuertes o tal vez a la vuelta de la esquina, justo bajo la cruz vieja. Las pulsaciones se me aceleraban. Sentía pavor.

Estábamos parados al comienzo del callejón sin decir ni una palabra. De repente escuchamos unos pasos que venían desde atrás; miramos, pero no sólo no vimos a nadie, sino que los pasos parecieron detenerse. No teníamos opción; apretamos los dientes y comenzamos a caminar deprisa.

Cuando nos acercábamos a la cruz escuchamos un ruido detrás de nosotros, muy cerca. De pronto el farol se movió y la mortecina luz parpadeó. Nuestras propias sombras se deformaban sobre el suelo. Sin decir nada comenzamos a correr como alma que lleva el diablo. El único portalón de la calleja, entrada de un antiguo mesón ahora cerrado a cal y canto, parecía estar abierto.

Cuando llegábamos ya cerca de la entrada de la cocina del bar, jadeando por la carrera, volvimos la cabeza y vimos un gato negro que nos miraba fijamente antes de perderse por un agujero en la pared. Pero ¿había allí algún agujero?

Incluso hoy, cada vez que paso por este callejón, especialmente si está oscuro, trato de caminar rápido, y cuando llego al final… miro hacia atrás.

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Este relato es una versión traducida del que escribí en inglés en su día como un trabajo para la E.O.I. al que puedes acceder pinchando en el enlace. Ahora lo he releído y me ha apetecido reescribirlo en castellano. Espero que te guste.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Faedo de Ciñera y cresta del Sadornal

El Faedo de Ciñera es uno de esos lugares que hay que conocer, si o si, y volver a pasear cuando se tiene la oportunidad.


Se trata de un lugar muy conocido y concurrido. Algo así como el Cares de los hayedos, tanto por su belleza como por la cantidad de gente que lo visita.

Aunque no madrugamos en exceso, pues las previsiones meteorológicas eran regulares, resultó suficiente, pues estuvimos prácticamente solos. Nada que ver con lo que percibimos desde la cresta superior a media mañana.

Desde el pueblo de Ciñera se comienza a caminar. La pista lleva a una evocadora zona musealizada situada a la entrada de una antigua mina. Dejamos la pista y cruzamos el arroyo Villar por un puente reforzado con cerchas metálicas como una galería minera. El bosque comienza allí mismo.



Continuamos despacio, disfrutando de cada momento, boquiabiertos por la belleza del hayedo. El camino está acondicionado con pasarelas de madera, lo que parece imprescindible para que la presión de los muchos visitantes afecte al bosque lo menos posible.
 






Tras recrearnos sin prisas, llegamos al corto y espectacular desfiladero, también equipado con pasarelas. Al parecer este era un camino recorrido tradicionalmente por mineros que venían desde Villar del Puerto y Vegacervera. En el desfiladero, que se cruzaba por maderas, hubo un desprendimiento de nieve que sepultó a varios de ellos.


A partir de allí la senda se inclina. Es una parte resbaladiza al menos cuando hay humedad, como es el caso este día. En mi opinión, quien no tenga calzado o experiencia suficiente, mejor que no suba.

Cruzamos hacia la izquierda del arroyo y ganamos altura hacia el monte situado a la izquierda, sobre la vertical del desfiladero. Allí tenemos las primeras vistas panorámicas de los bosques hacia el sur y de la falla por donde se precipita el arroyo de la Ciñera.


Ganamos la cresta de la sierra del Sadornal y seguimos la cuerda, la mayor parte del tiempo sobre la misma cresta. Las vistas son espectaculares, por los colores otoñales, las montañas circundantes, los estratos cortados por la carretera La Vid - Villar del Puerto y también... por la huella humana. 



Sobre el valle de Ciñera destaca la enorme cicatriz de la "Corta Pastora", las minas de carbón a cielo abierto de Santa Lucía. La extensión del gigantesco boquete sobrecoge. Tanto como el contraste con la belleza de los bosques contiguos. 

La mayor parte de la explotación está abandonada. Hace menos de un año el agua que se acumuló tras un periodo de lluvias desbordó las antiguas balsas y contenciones e inundó La Pola de Gordón con aguas negras y restos de carbón. Las empresas que explotaron la mina durante décadas, quebraron sin acometer las obras de restauración (si es que eso es posible) y de seguridad. El paisaje desgarrado ha quedado expuesto a la erosión. La patata caliente la tienen ahora las administraciones que tendrán que gastar cantidades enormes de recursos para evitar un desastre. Pero estos gastos deberían haber sido provisionados por las empresas; parece que nadie lo tuvo en cuenta a la hora de considerar la rentabilidad de la explotación. No se puede admitir que los beneficios sean para las empresas y una parte (enorme) de los gastos asociados lo paguemos todos mediante nuestros impuestos.

Viene a ser algo similar -bajo mi punto de vista- a lo que ocurre con algunas estaciones de esquí, urbanizaciones e industrias. Son ruinosas, pero crecen cada vez más, como una huída hacia adelante. Mientras se construye, hay subvenciones, trabajo y ganancias, pero llegado el momento en el que el gasto es insostenible los empresarios se lavan las manos y dejan el marrón a quien vengan detrás. 

Es imprescindible una gestión del territorio que tenga en cuenta todas las fases del proceso de producción y obligue a las empresas a disponer -y depositar- previamente los gastos que suponga la restauración de la naturaleza. Y por supuesto, que cualquier tipo de modificación medioambiental cumpla con todos los requisitos de información, justificación y control para ser permitida.



Seguimos la cuerda de la sierra del Sadornal. Nos llama la atención la diferencia de vegetación tan brusca en la cresta. Hacia el sur, encinas y al norte, hayas. La senda sigue serpenteando hasta el final para bajar bruscamente de regreso a Ciñera.



En este enlace puedes acceder a una colección más completa de fotos.

En este otro enlace puedes acceder al track de la ruta en Wikiloc.

Ese mismo día, cuando acabamos este recorrido, fuimos a Paradilla, cerca de Geras de Gordón. La carretera de acceso no permite el cruce de dos coches salvo en las curvas. El problema se solucionaría si se dotara de apartaderos para cruzarse, como hay en muchas carreteras de Escocia o Irlanda, por ejemplo. Esta solución se usa en carreteras con tráfico, y no sólo para acceder a lugares poco poblados.  

Desde la iglesia del pueblo hay un panorama impresionante.

Más tarde hicimos un recorrido por uno de los hayedos de la ruta "Puertos de Verano".



domingo, 8 de noviembre de 2020

Pontedo-Sierra del Mediodía-Hayedo de Canseco

La sierra del Mediodía se sitúa en la parte central de la reserva de la biosfera de los Argüellos, en León. Es una cresta con una estética propia que da vistas a paisajes singulares. 

Partimos del pueblo de Pontedo, en las cercanías de Cármenes, punto de encuentro de los dos cursos de agua que dan lugar al río Torío. La subida es explosiva. Nada más cruzar el río ganamos altura por la ladera hasta alcanzar la Atalaya. El nombre del lugar es merecido. Los valles de Piornedo, Canseco y Cármenes se extienden a nuestros pies, con el pico Mediodía mostrando sus llamativos estratos. Las Tres Marías de Casares (El Palero, María de Enmedio y de los Corros) surgen poderosas en el horizonte.



La cresta es una sucesión de paisajes única. Hayedos, robledales, crestas, estratos, valles y montañas se suceden ante nuestra vista. En este momento son especialmente los robledales los que pintan de color dorado las laderas. Las nubes cambiantes contribuyen al espectáculo.



Por el camino vemos varios restos de construcciones bélicas utilizadas por el ejército leal al estado en 1936. Son trincheras y posiciones de vigilancia situadas en lugares estratégicos. Acongoja y mueve a reflexión pensar en lo sufrido en estos y otros lugares.

Llegamos a la cumbre de Peredilla o Bodón de Cármenes. Es un balcón de privilegio sobre el Cueto Cabañas y el Bodón de Llamazares y una terraza formidable donde comer. Como siempre decimos, la comida tal vez no sea la mejor, pero los restaurantes y terrazas que utilizamos son las mejores que se pueden imaginar.


El descenso nos deja en el hermoso hayedo de Canseco o del Bodón. Es curiosa la reiteración de algunos nombres en la zona como "Bodón" y "Carba". Buscando sobre la etimología de estos términos, "Bodón" podría asociarse a una raíz céltica que sería "victoria" o "dominio", como indicando su preponderancia sobre lo que le rodea. También es posible su procedencia latina con el significado de "espadaña" (R.A.E.) ¿nadie del pueblo del Bodón en Salamanca, o de sus alrededores, estaría interesado en investigarlo? En cuanto a "carba", la R.A.E. lo define como "sitio donde sestea el ganado", también con origen prerromano.



Las laderas del monte Bodón están rojas, amarillas y doradas, sobre todo por los robles y abedules. 



En este enlace puedes ver una colección de fotos más completa de la jornada.

En este enlace puedes acceder al track del recorrido en Wikiloc.